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…Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo. Ernesto Sábato…

Así empieza esta pieza teatral llamada “Descartes” escrita y dirigida por Germán Falfán González para Isótropa, Teatro de Impulso y ganadora del Premio a la Creación y Producción Teatral independiente del año 2016. Así empieza, decía, este sortilegio teatral del tiempo, los hombres y los engranajes. Un estado de agonía metafórica y dialéctica entre la vida cotidiana y la más profunda búsqueda de uno mismo.

Como la anterior producción de Isótropa, el director genera una puesta original, que busca lugares poco comunes y los encuentra con éxito. Su particular mirada, alimentada de viajes y lecturas filosóficas, nos introduce en un mundo apocalíptico o enigmático, donde trashuma el hombre en sus sombras y lo cotidiano en su expresión más multiplicada, para develarnos una especie de puerta abierta, de primer latido de semilla.

Tres cuerpos en escena y una máquina. El espacio físico muy bien utilizado y al máximo para instalar aquel objeto poético que se mueve a voluntad del maquinista, interpretado por Fabio Nicolás Miglierini, y que lo ocupa todo, todo. Dos actores, Sebastián Fernández y Maximiliano Sánchez, que buscan su propio impulso para encontrarse, reconocerse, abrazarse, escaparse de ese espacio que los aliena, recluye y oprime. Allí, tras el empujón del cuerpo, encuentran textos maravillosos de Sábato, Sartre y Descartes muy bien tejidos, orquestado por un músico en escena, el bandoneonista Diego “Chelko” Pajón que con su música nostálgica y el espíritu sedimentado del bandoneón, nos ofrece acordes y melodías en estrecha relación a la escena. Nada más acertado que un bandoneón en la obra, la nostalgia de la nostalgia. Esa hermosa composición original de Chelko dialoga, sostiene, tensa, contrapuntea acertadamente el estado de los personajes, ese estado de derrumbe o de construcción que propone esta pieza post-dramática.

Una mirada, o dos, o varias, según. La del maquinista, cuyos ojos brillantes atraviesan el estado de las cosas, la delimita, las define sólo con verlas y no le hace falta decir una sola palabra en toda la obra. El personaje, ¿será un semidiós? ¿Cronos devorando a sus hijos que se revelan en escena? ¿El poder? ¿La misma máquina que sostiene el mundo? ¿El capitalismo? ¿Un engranaje del sistema que responde a otros? No se sabe y está bien. El personaje de Maximiliano nos mira a nosotros los espectadores, nos interpela, nos invita a aplaudir genuinamente, alardea de sí mismo, pero no se conforma con el mundo que le toca vivir, ese universo de engranajes lo supera, es un cobarde, su cuerpo se laxa. El personaje de Sebastián, se revela en contra de lo dado, se opone, su destreza física propia de un cuerpo preparado, nos propone un impulso frenético desde el comienzo hacia una tensión casi agotadora. Pero la mirada del director sobre esos cuerpos, por repetición del impulso hasta el cansancio, los hace llegar a estados de exaltación. Para Sartre no se nace héroe o cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición. Estamos condenados a ser libres. De lo único que no somos libres, es de dejar de serlo. Somos la consecuencia de nuestras acciones y de lo que elegimos ser. Basado en ese precepto del existencialismo, la obra avanza hacia el final. ¿La alienación del hombre tendrá escapatoria?

El universo de la obra está llena de hierros de y luces que nos transportan a un espacio metalúrgico, la paleta de colores del vestuario y las texturas metálicas cierran el concepto. Pero hay otro lugar que está más allá de los objetos que allí se mueven. Nuestro propio ser engranaje en este mundo. La máquina también somos nosotros, en ese sentido mecanicista de René Descartes que reduce al ser vivo a una serie de causas y efectos estrictamente físico-químicos. La máquina nos somete.

Al espectador: decida Ud. qué representa la máquina, ese instrumento del demonio que nos sojuzga y a la vez nos enamora.

Las acciones que realizan los personajes, como correr o mover objetos de un lado a otro parecen azarosas, carentes de razón de ser, no por un error de dirección, todo lo contrario, por una alta capacidad metafórica del director para decirnos, en este poema teatral, que toda acción del hombre carece de sentido. ¿Qué somos? Se preguntan los actores. ¿Una versión trágica de nosotros mismos, un error de la naturaleza? Esta idea fatalista se desvanece al segundo, en la esperanza de que, en este universo caótico y confuso, el hombre avance en su propia búsqueda, entreviendo allí los perfiles de sí mismo. La obra nos encuentra en su andar, nos hace dudar y preguntarnos, pero no nos responde. Intenta un abrazo, como gesto amoroso para encontrarnos, para abrazarnos y preguntarnos y así intentar buscar la verdad.


isótropa / teatro de impulso - córdoba (2018)
 

 

Imagen y diseño: Candelaria Dominguez

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