"La Ruta de los Elefantes" / Por Fernanda Alvarez
- isotropa
- 13 nov 2014
- 3 Min. de lectura
Al estilo del teatro de posguerra y en código de ciencia ficción, Germán Falfán González, dramaturgo y director de la obra, nos acerca a la escena un tiempo extremo donde la comercialización del agua, recurso de derecho impostergable, es transformada en bien de consumo y ostentada por pequeños grupos financieros.
La búsqueda insaciable de rentabilidad a dejado a la humanidad al borde de la escasez casi total de este recurso. La obra, entonces, toma como eje a la crisis ambiental y despliega elementos propios del expresionismo, como lo son la angustia existencial, los sentimientos bruscos y la violencia, así como su efecto escenográfico provocador de inestabilidad y desequilibrio, también presente en el teatro político de Piscator.

Encontramos además características de texto propias del teatro ideológico, ya que se proponen ideas sobre la base de una visión del mundo bien precisa.
Un paisaje del futuro. Blanco. Seco. Rígido. La guerra por el comercio del agua encuentra a tres personajes sumidos en el peligro: un peligro externo: La tierra, o lo que de ella quede, amenazando con expulsarlos, sacudiéndolos de tanto en tanto. Un peligro interno: Ellos.
Sus vínculos, que de igual manera que el dispositivo escenográfico, despliegan una tensión constante: lo abismal; develándose en su interrelación.
La lucha por la supervivencia de una raza humana que se extingue es individual. Solitaria. Determinada por la carencia y la violencia. Existimos a través de la mirada del otro, pero el espejo se ha roto. Los personajes se niegan mutuamente, intentando desintegrar sistemáticamente las ideas, los pensamientos, el campo simbólico producido por el/los otros, a expensas aún de su propia desintegración. No hay posibilidad dialéctica con el otro. Expresión pura de la decadencia de lo simbólico.
Existe además una negación, expresa en sus parlamentos, de la historia como evolución del hombre, de las generaciones precedentes como precursoras del desarrollo de la humanidad: -“Nos comimos a nuestros padres”-, dice Gaizkane, recordándonos al mundo de Ray Bradbury, en "Fahrenheit 451", en el que toda expresión escrita y registro de conocimiento era desaparecida.
Cada uno de los personajes posee un elemento necesario para sí y para los otros: El transportista, que ostenta el poder de comerciar agua; Gaizkane, quien intenta recuperar sus mapas donde se encuentran las rutas antiguas que llevaban a los elefantes a encontrarla; Wambua, con su planta de tomates, quizá la última planta, y las semillas. Un mapa, un bidón con agua, semillas; pero la conjunción entre ellos no se produce.
El trabajo actoral se presenta concordante con la expresión temática de la obra: Las acciones y movimientos en escena son ágiles y precisas, generando la impresión de golpes rápidos y secos. Reflejando, de esta manera, la propuesta y el código ideológico presente en la obra. Los cuerpos se muestran desesperados, acuciantes, amenazantes en relación al cuerpo del otro, que a la vez también es una amenaza. No hay expresión alguna ni posibilidad de lazo afectivo entre ellos.
Su vestuario es impersonal. Blanco también. Recordándonos a aquellos trajes utilizados para fumigar y que el veneno no los alcance.
Planteado desde una gran variedad y riqueza tímbrica, repeticiones rítmicas, contratiempos, efectos sonoros descriptivos y voces cantando en un idioma extraño, el diseño musical de la puesta, en interacción con los demás signos visuales y sonoros, nos acerca climas a un universo que se integra en forma complementaria con las ideas del autor, traduciendo imágenes propias de un tiempo seco, violento y solitario.
La construcción del espacio escénico traduce esta tensión con un dispositivo móvil, un rectángulo blanco que se sacude y se inclina. Detrás de él aparecen y desaparecen algunas canillas. Vacías, secas. Que alimentan una minúscula esperanza de salvación y nos remiten a la idea y conformación de un sistema político-económico global despersonalizado, que, al estilo de "1984", la novela futurista de George Orwell, prestidigita y manipula la necesidad de los protagonistas, al punto de mantenerlos en vilo, ocupados, atentos al cumplimiento de una necesidad básica para la subsistencia.
Habiendo desarrollado el instinto propio de la animalidad (el oído, el olfato, el casi permanente estado de alerta), el deseo ocupa ese otro lugar. El espacio del miedo y el rechazo. De la incertidumbre y la desorientación: -¿A dónde vas?-, pregunta el transportista; -No sé-, responde Wambua."
// Fernanda Alvarez.
Docente de música y teatro. Actríz e interprete musical. Integrante de "Las Pestañas de Niní"
(Córdoba / Noviembre - 2014)
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